El potente influjo del evangelismo conservador volvió a sentirse este fin de semana en Buenos Aires. El pastor estadounidense Franklin Graham, heredero de la dinastía fundada por Billy Graham y predicador favorito de Donald Trump, convocó a cerca de 70.000 personas durante dos noches del Festival de la Esperanza en el estadio de Vélez Sarsfield. Su visita llegó días después de ser recibido por Javier Milei en la Casa Rosada, un gesto que electrificó a los fieles.
Graham es hoy una figura global del “avivamiento cristiano”, una gira que replica un formato ya clásico: música religiosa, un escenario monumental y una prédica que combina emoción, conservadurismo y confrontación cultural. Frente a adolescentes, familias y miles de asistentes que desbordaron el estadio, el pastor proclamó que “la gente busca un propósito” y que “sólo Dios puede llenar el vacío interior”. Pero rápidamente avanzó hacia un mensaje más duro: “El problema es el pecado, que nos separa de Dios”.
Entre los pecados que enumeró, Graham puso en el centro a la homosexualidad —“el sexo debe usarse únicamente dentro del matrimonio entre un hombre y una mujer”— y al aborto —“a los ojos de Dios es asesinato”—, en abierta colisión con leyes vigentes en Argentina. Su discurso reaccionario encaja, sin embargo, con la batalla cultural que impulsa el Gobierno nacional y que encuentra cada vez mayor eco entre sectores evangélicos.
El momento más celebrado de la noche llegó cuando Graham mencionó su encuentro con Milei del martes anterior. Contó que el Presidente le habló de Moisés, la figura bíblica con la que se identifica, y que él le obsequió una Biblia, el mismo regalo que recibieron los asistentes al abandonar el estadio.
La sintonía entre Milei y las iglesias evangélicas quedó aún más expuesta un día antes, cuando el mandatario encabezó una ceremonia de oración inédita en la Casa Rosada, tras reunirse con representantes de Aciera. Nunca un presidente argentino había habilitado un acto religioso evangélico en la sede del Ejecutivo, ni declarado haber recibido una misión divina, como sí hizo Milei.
Aunque el evangelismo representa cerca del 15% de la población —por debajo del promedio latinoamericano—, su crecimiento es sostenido y su influencia se expande. Según el sociólogo Ariel Goldstein, autor de Poder evangélico, estas iglesias tienen una enorme capacidad de generar pertenencia en un contexto de fuerte desintegración social. No todas sostienen posiciones extremas, pero muchas actúan como intermediarias entre sectores populares y fuerzas de derecha, un rol que ya jugaron en Brasil con Jair Bolsonaro y en Estados Unidos con Trump.
En las elecciones legislativas del 26 de octubre, seis dirigentes evangélicos fueron electos por La Libertad Avanza. Entre ellos sobresale la pastora Nadia Márquez, futura senadora, que califica al aborto como “uno de los genocidios más grandes de la historia” y pide derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo.
Para Goldstein, la estrategia del Gobierno es evidente: “El evangelismo es una vía para ampliar su base social en sectores populares y de clase media”. La ovación que recibió el nombre de Milei en el estadio parece confirmar que la alianza ya está dando frutos.
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